Los objetivos estratégicos se corresponden con una desagregación de la visión de la empresa.
Por tanto, su diseño permite que dicha visión sea conseguida y proporciona a la empresa una guía de actuación respondiendo a una pregunta: ¿Cómo llegar a ser lo que quiere ser?.
De acuerdo con Hamel y Prahalad (1990), estos objetivos tienen que cumplir una serie de requisitos para cumplir su función:
- Medibles: tienen que poder ser cuantificados para comprobar su grado de cumplimiento.
- Específicos: deben detallar claramente que acciones hay que llevar a cabo.
- Adecuados: han ser consistentes con la misión y visión de la organización.
- Sucesivos: deben ser asimilados individualmente para evitar una sobrecarga y una imposibilidad de consecución.
- Realistas: tienen que ser asequibles teniendo en cuenta las circunstancias del entorno y las posibilidades de la organización.
- Desafiantes: pese al criterio anterior, también deben suponer un reto para la organización y dar impresión de apremio.
- Fijados en el tiempo: tienen que estar fijados en un espacio de tiempo para su realización.
Además, estos objetivos tienen que ser capaces de dar respuesta a la pregunta “¿cómo llegaremos a ser lo que queremos ser?”. Esta respuesta es la visión de la empresa, que algunos autores como Hamel y Prahalad denominan “propósito estratégico”. Ésta debe reflejar la percepción actual de lo que será o debería ser la empresa en el futuro y, para Hamel y Prahalad (1990), esta representación debe reunir 3 características esenciales:
- Tiene que incorporar la idea de triunfo: hay que formularla de forma ambiciosa y siempre mirando al futuro.
- Ser estable a lo largo del tiempo: tiene que plantearse a largo plazo o indefinidamente. Al mantenerse en el tiempo, se logra dar coherencia a las decisiones empresariales.
- Necesita esfuerzo y compromiso del personal para su consecución: todos los integrantes de la organización deben implicarse en la consecución, poniendo en ello todo su esfuerzo y dedicación.